viernes, 11 de abril de 2008

Llueve dos por cuatro

A las farsas y contra-farsas estaba yo bastante acostumbrado. La experiencia me había enseñado muchas cosas hasta el momento, sin embargo ante la presencia de Olsenn me encontraba sin ningún tipo de herramienta o reacción posible.
Sus actos escapaban a todo lo que podía esperar de una persona y ese era tal vez el motivo principal de mi interés.
En lo que llevaba de vida, había atravesado por diferentes experiencias y búsquedas. Principalmente me intrigaban las disciplinas esotéricas a las que había investigado desde que tuve uso de razón. Su investigación me llevó a conocer personalidades tan diversas como gurúes, iluminados y maestros de lo espiritual, lo sobrenatural, lo oculto y lo que no se puede ocultar. A corto o largo plazo resultaba que siempre dos mas dos iban siendo cuatro y las caretas comenzaban a caerse. El paso del tiempo daba irremediablemente el verdadero cariz a las intenciones y todas, sin exceptos, devenían en decepciones. Los primeros engaños fueron muy difíciles de sobrellevar, pero pasado un tiempo, aunque siguieran concurriendo los desencuentros, - el arte de la estafa se desenvolvía muy bien en estas disciplinas - el estado de las cosas nunca llegaba a ser demoledor.
Olsenn en cambio, se movía de un modo muy diferente. Para empezar no había sido yo quién lo había buscado, sin duda su aparición en el contexto en que sucedió fue algo completamente inesperado. En segundo lugar, en ningún momento reparó en mí, ni intentó cruzar una palabra de modo de forzar una interacción que deviniera luego en relación. Su hallazgo atrapó mi atención de un modo que no tenía precedentes sin siquiera proponérselo.
Por último, Olsenn no sabía de mi existencia y en ningún momento se hizo necesario sospechar que su interés se sustentara en aspectos financieros.
De todo punto de vista el Catedrático resultaba una aparición, un hallazgo, el conglomerado de todo lo que había desistido encontrar.
A todas estas revelaciones se sumaba un hecho que aunque poco novedoso en este caso se convertía en tranquilizador.
A través de Olsenn había conocido algunas personas, personas que podían dormir sobre una pira encendida si de él se trataba, claramente esta situación no era una novedad y mi experiencia lo avalaba, sin embargo en una primera instancia sirvió para acompañar mi comodidad, ante su imagen me encontraba tan tranquilo como provinciano en horas de siesta.
A pesar de todo, esta plácida confianza no duró. Llegó un momento en el que comencé a sospechar un complot hacia mi persona.
Nunca me caractericé por ser un hombre confiado, en tal caso mi confianza ya había durado bastante y la suma de todas las comodidades comenzó a crepitar en la superficie. Pensé entonces que todos ellos, comandados por Olsenn, representaban un papel estratégicamente diseñado para hacerme cobrar confianza.
Resultaba que todas las personas que rodeaban a Olsenn, aunque circunstanciales, le tenían una adoración solo comparable a la de un líder religioso.
Como dije, en un principio esto había cimentado en mí una confianza abrumadora, pero a medida que pasaba el tiempo las cosas comenzaron a resultar extrañas y se sustentaban en una singular situación. En cada uno de los casos, cuando logré acercarme a estas personas, recibí un trato extremadamente cordial, casi como si tuviéramos algo en común. Esta familiaridad tan pronunciada había logrado, al menos, despertar mi sospecha, - de un momento a otro sentí que de cazador me convertía en víctima - incluso me conocía bastante torpe en los ardides de la simulación, pero sin excepción todo el mundo parecía tragarse mi mal actuado personaje sin mostrar la mínima sospecha del desprolijo engaño.
Tal vez estaba siendo demasiado duro conmigo mismo, tal vez mis cualidades histriónicas superaban ampliamente la opinión que tenía de ellas, tal vez las personas que rodeaban a Olsenn eran familiares con cualquiera que se les cruzara. La realidad es que a partir de ese momento una pequeña incertidumbre se alojó en mí. Pero después de todo, ¿no estaba yo jugando el mismo papel?.
Ese sábado grandes chubascos cubrían el cielo, oscuras y amenazantes, las nubes sobrevolaban la ciudad.
La noche anterior había llegado límpida y fresca y salí con lo puesto en persecución, solo llevaba conmigo una mochila con mis notas y algunos bolígrafos, pero mientras despuntaba el alba recordé el lugar exacto dónde había quedado mi paraguas y me maldije por jugarle apuestas al servicio meteorológico. De madrugada el agua comenzó a caer como si una gran cuba que contuviera el caudal oceánico se derramara del cielo bendiciendo a la tierra.
Por alguna extraña razón, esa noche, tuve el presentimiento que encontraría a Olsenn y sin pensar demasiado en la veracidad del pálpito salí.
Fui directo a su casa de departamentos y no hice más que pisar la esquina de su cuadra y lo vi. salir con paso decidido. Si no hubiera estado buscándolo juro que no lo reconocía.
Llevaba puesto un traje hecho a medida de una tonalidad gris azulada, zapatos negros y una camisa en rosa salmón y sin corbata. Además del excelente gusto que lucía el atuendo, el catedrático parecía estar mas delgado, incluso se veía mas joven, como si apenas llegara a los cincuenta.
Sin perder el paso y usando un paraguas largo como bastón, se encaminó graciosamente hasta la esquina opuesta en la que yo estaba parado. Apuré el paso para quedar a una distancia que me permitiera seguirlo sin despertar sospechas. Anduvo algunas cuadras y paró un taxi, tuve suerte y conseguí uno justo detrás del que él tomó.
El camino fue corto, las calles que separaban su casa del destino no fueron más de treinta y pico. Bajó del auto y sin demasiadas atenciones al chofer cerró la puerta y se puso a andar.
Comencé a sospechar por su atuendo que se dirigía hacia un lugar en el que yo iba a desentonar, mi vestimenta estaba lejos de ser presentable y no tenía forma de cambiar esa realidad.
Su paso seguía siendo firme y juguetón, pero ahora llevaba su paraguas debajo del brazo, la mano se encontraba dentro del bolsillo del pantalón mientras la otra sostenía la empuñadura del utencillo impermeable.
La noche era fresca y primaveral, corría una suave brisa que refrescaba sin incomodar y el cielo estaba estampado de estrellas, Olsenn con su paraguas, a pesar de su elegancia, estaba fuera de lugar y sin embargo no se destacaba en el paisaje.
Se detuvo al llegar a la entrada de lo que parecía ser una milonga, cuando lo vi detenerse crucé y me quedé detrás de un árbol mirando la escena.
Los acordes en dos por cuatro se escapaban de aquel lugar como queriendo abarcar mas, como sabiéndose guapos para cruzar fronteras. No me imaginaba a Nelson bailando tangos o milongas, pero esa noche había comenzado extraña y su condición no parecía cambiar por más tiempo que pasara.
Encontrarlo tan fácilmente, que subiera a un taxi solo para recorrer unas pocas cuadras y ahora verlo parapetado en la puerta de “El esquinazo” - así rezaba el cartel que invitaba a entrar - no eran pocas señales.
Para mi tranquilidad Olsenn no traspuso la puerta de entrada, se quedó ahí parado como esperando a alguien. Pensé que la suerte estaba conmigo, finalmente conocería a alguien de su entorno directo.
Encontrarse con alguien de ese modo suponía una cita previa y esto a su vez cierta confianza entre las partes, aunque también existía la posibilidad de una cita previa a un primer encuentro.
A pesar de la hora, la cuadra estaba iluminada, esa noche la luna encandilaba, su brillo dejaba ver con claridad todo lo largo de la vereda.
Por la esquina opuesta a la que Olsenn y yo habíamos llegado vi acercarse con porte elegante y decidido a una joven mujer, a esa distancia no me era posible calcular su edad, pero a juzgar por su silueta y energía no parecía superar los treinta años. Al parecer Olsenn también la había visto, su postura cambió inmediatamente y su cabeza se quedó mirando en la dirección en que se aproximaba la dama. Ella en cambio, no delató en su andar síntoma alguno de haber visto alguien conocido o al menos esperado.
El catedrático quedó estático y en apariencia extático ante la fémina figura que se acercaba, no movió un solo músculo, parecía una efigie, no respiraba.
La mujer seguía avanzando despreocupadamente, era evidente que no había reparado en la presencia del solitario hombre, la distancia entre ambos se acortaba.
Cuando entre ambos mediaron unos quince o veinte metros, Olsenn tomó su paraguas y asiéndolo a modo de partenaire comenzó a danzar en plena vereda al ritmo de los apagados acordes de taquito militar que escapaban del edificio.
La sorpresa en la expresión agitada de la dama se hizo evidente, pero a continuación en su rostro se dibujó una sonrisa mientras su paso no cesaba en dirección el callejero bailarín.
El silencio, condición natural de las horas sin sol, no era la excepción aquella noche. Solo se oía la música asfixiada y el taconear parejo que hacía ondular la roja cabellera. Olsenn lentamente fue deteniendo sus pasos y con voz suave y gentil se dirigió al paraguas con estas palabras:

- Me va a tener que disculpar pero tengo esta pieza prometida.

Los acordes de una nueva melodía comenzaban a sonar.

Al tiempo que decía esto, dejó su paraguas colgado en el farol que iluminaba la entrada al salón y en un solo movimiento quedó enfrentado a la dama que ahora se ubicaba a solo tres pasos de distancia.

- ¿Madame, me permite esta pieza?

El rostro de la mujer, por un momento, fue solo perplejidad, pero al instante siguiente su risa brotó espontáneamente.

Simplemente dejó que él la tomara de la cintura y con su mano cubriera la suya. Su otra mano descansó en el hombro de Olsenn y comenzaron a bailar.

Mientras observaba la escena sencillamente no podía creer lo que ocurría en la vereda de enfrente, ella era joven y hermosa.

La música siguió sonando y esa primera pieza se convirtió en muchas mas, una tras otra las melodías se fueron sucediendo, las risas se multiplicaron y la intimidad entre ambos fue haciéndose cada vez mas pronunciada.
Ella se veía entregada y sus labios se encontraron. En el beso se detuvo el movimiento y los cuerpos se serenaron entregados por completo a esa única y placentera condición.
Cuando finalmente sus labios se separaron, Olsenn sin soltar su mano descolgó el paraguas, lo abrió y abrazándola lo colocó sobre sus cabezas. Una lluvia torrencial comenzó a caer y caminando juntos se perdieron.
La noche anterior había llegado límpida y fresca y salí con lo puesto en persecución, solo llevaba conmigo una mochila con mis notas y algunos bolígrafos, pero mientras despuntaba el alba recordé el lugar exacto dónde había quedado mi paraguas y me maldije por jugarle apuestas al servicio meteorológico. De madrugada el agua comenzó a caer como si una gran cuba que contuviera el caudal oceánico se derramara del cielo bendiciendo a la tierra.

jueves, 10 de enero de 2008

Religión, mitos y leyendas


No estaba ni cerca ni lejos, ni dentro ni fuera, no pertenecía ni dejaba de pertenecer, me encontraba en un lugar incierto que por momentos parecía abarcar el todo pero al mismo tiempo me dejaba muy lejos de ahí.
Las preguntas bramaban como pingos desbocados por salir de la gatera. ¿Qué afán impedía que dejara de seguir a Olsenn? ¿Por qué razón dedicaba tanto tiempo a descubrir quién era realmente Nelson?. ¿Era yo parte del mundo del catedrático?, sin duda el se había convertido en parte de mi mundo.
No había respuestas, pero no podía permitir que mis dudas paralizaran la acción, lo único cierto era que tenía que seguir tras los pasos de Olsenn.
Habían pasado unas semanas de mi última visita a Perdriel y creí prudencial el tiempo transcurrido para volver a incomodarlo.
Llegando al pueblo presentí que las cosas estaban raras, veinte minutos después, al llegar a su rancho confirmé el presentimiento. Nadie contestó a mis aplausos, salvo algunos chuchos de la zona con aires de pertenencia.
El atardecer de aquel día fue extraordinario, almorcé un típico asado a la cruz y presencié una fantástica carrera de sortijas, pero ya cuando la tarde se hacía noche y mis aplausos volvían a resonar en lo de Perdriel, el sinsabor volvió sobre mí, evidentemente el hombre había tenido que dejar el pueblo.
No podía seguir esperando y aunque no encontrarlo me resultaba extraño, no presté demasiado interés al evento. Ciertas obligaciones contraídas en la Capital entretuvieron mis pensamientos de regreso a casa.
Todo el día siguiente fue ir de una rutina hacia otra, pase una buena parte avocado al trabajo, otra porción a cumplir las obligaciones contraídas, aunque gratas, para finalmente llegar a casa entrada la noche.
Es cierto, mis tiempos ya no eran como al principio, no disponía de la libertad que tenía en los inicios. Dar con Nelson se había convertido en una tarea muy complicada, ya no por mi dificultad en hallarlo, sino por la limitación de mis tiempos.
Volví a revisar las notas esa misma noche, después de cenar, necesitaba trabajar en algo, me sentía inquieto.

“El pequeño Nelson se había criado en un hogar de mucha fe, una fe que en principio había hecho danzar a peces y prendas y unos minutos después llevó el amor a la vida de Erling. Es curioso, pero no era él quién profesaba esa fe, sino Asa.
Cuando aquellos eventos tuvieron lugar el padre de Nelson, aunque sin duda había quedado sorprendido, como buen hombre práctico y sin perder un instante, olvidó los pormenores de la magnífica escena y se encargó de disfrutar los resultados.
Asa aunque dueña también de una gran practicidad, poseía una capacidad natural para la observación.
Prestó especial atención a cada uno de los detalles de lo que allí se había desarrollado y luego se encargó de explicarle al excitado Erling porque los eventos sucedieron de ese modo y en una concatenación perfecta de situaciones.
Asa había realizado un sincretismo, entre los mitos y leyendas Nórdicas y un sinfín de lecturas, convirtiendo a todo aquello en su religión. Una religión por lo pronto muy personal, pero que al parecer le funcionaba.
La buena posición económica de su familia y un padre con aficiones intelectuales, fueron la chispa que generó su creatividad religiosa. Asa tuvo acceso a una cuantiosa literatura que no dejó pasar inadvertida y consumió ardorosamente.
Sus lecturas se sucedían entre libros sagrados, novelas, tratados filosóficos, poesías, ensayos y obras para teatro.
Poco a poco todo aquello decanto y fue conformando una serie de principios y creencias, su propia cosmogonía por decirlo de algún modo, que con servicial empeño inculcó a toda su familia.
Incluso las mascotas del hogar debían cumplir determinados ritos para estar en armonía, la gran ballena azul y el atún, aunque esporádicamente, nunca dejaron de visitar la residencia de los Olsenn.
Visto a la distancia no podría tildarse a Asa como una fanática, sin embargo en algunas ocasiones uno podría verse envuelto en dudas razonables.
Los Olsenn creían en la vida después de la muerte, aunque no estaban muy seguros de creer en la muerte durante la vida. Así también poseían una profunda fe en la reencarnación, en este punto fue crucial la experiencia de Erling quién rezaba cada noche por conseguir un podólogo apropiado.
Sus creencias situaban en la realidad física presencias espirituales o acaso fantásticas, sin por esto creer que no pertenecieran a este mundo.
Gnomos, enanos, Elfos, hadas y todo tipo de criaturas convivían e interactuaban constantemente con todos nosotros de acuerdo a su creencia.
En general las fantásticas criaturas solían actuar de forma negativa con los seres humanos y Asa estaba bastante convencida al respecto. Según ella podía observarse esto en cualquier situación de la vida o acaso de la historia. Cuando le pedían un ejemplo, decía estar prácticamente convencida que Friedrich Nietzsche había sido seducido por hadas y enanos al escribir su mayor obra “Así habló Zaratustra”, aunque sus dudas oscilaban entre victimizar al autor o a sus lectores.
Lo cierto es que en el caso de los Olsenn y para gran sorpresa de Asa, la influencia de las mágicas apariciones había sido positiva.
Asa había dedicado un extenso tiempo en explicar a Erling los pormenores de su encuentro. Tuvo, en principio, que contarle, peor aún, hacerle creer en la existencia de gnomos, enanos, hadas y demás formas de vida y pacientemente llevarlo a comprender que él jamás había logrado domar a ningún pez o animal marino, que todo aquello había sido arreglado exclusivamente por estos seres extraordinarios.
Erling tenía su orgullo y no cedió fácilmente el punto, no iba a permitir que su mujer, por mucho que la amara, diera por tierra con su mayor logro en la vida, ese prodigio de la naturaleza le pertenecía e iba a luchar ferozmente para demostrarlo.
Tomó del brazo a Asa y a tirones la llevó hasta orillas del mar, una vez allí comenzó su silbado pregón.
Asa parada a su lado dejó ver un gesto de conmiseración, miraba a Erling con lástima. Por su parte Erling comenzaba a verse como un pequeño globo aerostático rojo, en su afán por lograr su cometido había olvidado aspirar unas bocanadas de aire cuando la melodía lo permitía.
Esa tarde Erling silbó mientras el sol se escondía detrás del horizonte, silbó y no dejó de silbar hasta las primeras horas de la madrugada, cada tanto Asa, que estaba a su lado, le acercaba un tazón con agua para humedecer los labios. Entretanto el aprovechaba para sugerirle que no era temporada de pesca y los peces se encontraban tan lejos de la costa que la distancia no les permitía oír el mesmerizante llamado. Ella lo escuchaba con resignación.
Finalmente Erling fue convertido y los dos volvieron a casa alejándose de la costa como en el final de una película de Charles Chaplin.”

Había pasado completamente por alto esa parte de la información, al releerla comencé a atar algunos cabos sueltos. Habían ocurrido cosas extrañas desde mi primer encuentro con Nelson, tener esta aproximación cercana a sus creencias, o al menos a las creencias con las que había crecido, no hacía mas que generar mas preguntas, sin embargo tenía ahora un hilo conductor, un pequeño aliciente y una fuente de posibles respuestas con las que podía comenzar a entretenerme.
Mi primera impresión, sin embargo, fue de incredulidad, no imaginaba a Olsenn hablando con enanos o viendo danzar a las hadas, pero ya me había acostumbrado que frente a Nelson Olsenn uno no podía estar muy seguro de nada.
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